viernes, 13 de abril de 2012

EL AJEDREZ Y LA CAPACIDAD DE MOTIVARSE A SI MISMO

Por MN y psicóloga Nery Maceira Moya


El motor impulsor de la personalidad lo constituyen las motivaciones. Si uno es capaz de determinar qué quiere y orientarse por los objetivos que conscientemente se ha trazado, a pesar de la posible incidencia de otras situaciones que confluyen y en ocasiones se contraponen a esos planes, podríamos decir que se actúa con una verdadera madurez psicológica.

¿Esta organización de nuestros motivos y fines cómo se integran con nuestro pensamiento, memoria e imaginación?, ¿cómo se integran con las emociones y sentimientos? ¿De dónde sacan su energía para expresarse en la dirección de nuestro ser?, ¿de nuestros ideales, de nuestras intenciones profesionales, de lo queremos modificar en nosotros mismos, de lo que consideramos nuestro papel en el mundo? ¿Cómo se expresan esos motivos en nuestro ser interno? ¿Requieren de educación nuestros motivos?

El ajedrez tiene la virtud de permitir la reflexión y no sólo de lo que ocurre en el tablero sino de modo muy importante de lo que ocurre en nosotros mismos... y además jugando. En esta posición juegan las blancas, ¿ganan?, ¿se deberán de contentar con tablas?:
 
Posición de Barbe y Saavedra. 1985

Por la situación material las blancas se encontrarían totalmente perdidas. En muchas situaciones de la vida también por una causa u otra también hemos tenido este peso. ¿Qué hacer?
Le toca jugar y parece que nada puede salvarlo, tal es el caso del conductor de las blancas.
Que las emociones dirijan las decisiones cuando se asocian con elementos adversos, o como en el caso del ajedrez con lo que se hizo anteriormente y que nos arrastró a una posición perdida, todo torna desesperanzador. Al sentirnos perturbados se pierde la cooperación de las emociones con el pensamiento.
Pero las emociones pueden tornarse inteligentes, los propios sentimientos son indispensables para una toma de decisiones bien pensada y racional, porque nos orientan en la dirección adecuada y parecen aconsejarnos mejor que una lógica neutral. ¿No es así cuándo se decide con quien casarse?, ¿o se decide cambiar de trabajo?
Así que las emociones, son importantes para el ejercicio de la razón y aquí el jugador de las blancas ni tan siquiera se contentó con dividir el punto con su contrario sino que decidió ganar a costa de su peón, de un simple peón contra una torre. Para el jugador de las blancas este peón apostado en una casilla cercana a la coronación resulta ser una ventaja.

Por muy mala que sea una situación sin dejar de examinar bien las debilidades, también habrá que valorar las fortalezas, aquello que puede ser un punto de apoyo para que la razón trabaje mano a mano con ese sentir que está muy dentro de nosotros, y que nos dice que se puede luchar, que puede haber una oportunidad.
Al motivarnos en la lucha por un objetivo, nuestro estado de ánimo ha de ser nuestro aliado. Alguien muy conocido en el campo de la Psicología decía: –“Ha llegado ya el momento de ampliar nuestra noción del talento”–, y esto avalado por una experiencia de trabajos con niños, en que muchos son tratados como alumnos con dificultades solo por el estrecho margen de puntos en una prueba que lo deja clasificado como tal.

Otras facetas de la trayectoria vital de estos niños son desechadas y sin embargo estas pueden asegurarle el éxito. Como la vida demuestra a compañeros de estudio “más inteligentes”, pero que no lograron con respecto a los “subvalorados” determinadas posiciones en la vida laboral o social o familiar. Estos últimos han sacado a ese talento, supuestamente escaso, la prueba que la vida pone ante todos llena de múltiples imperativos prácticos.
El jugador de las blancas se motivó a sí mismo. Esta posición resulta de una partida viva, que aunque con algunas diferencias con la que le mostramos, el jugador blanco sucumbió sin optimismo a la lucha por el punto y se conformó con las tablas. Pero posteriormente Barbé lo convirtió en un estudio al que le dio solución, casi 20 años después del origen del tema de la posición.
Barbe subordinó la desesperanza a un objetivo: la transformación del peón, lo que le resultó esencial para espolear y mantener la atención, la motivación y la creatividad.

Se sumergió en el flujo del duro trabajo y concentración y esto, dado que nunca en la vida se trabaja de balde, de convertirse, según el decir de Anatoli Karpov Campeón del Mundo de Ajedrez, en una celebridad en su club y que posteriormente se extendió al mundo ajedrecístico, y...sólo por hacer una jugada.
Incrementar la calidad de la experiencia se nutre en lograr momentos de concentración activa y quedarse absorto en hacer. La recompensa está en lograr el mayor desarrollo de aquellas habilidades que dan solución a los retos de la vida: los sentimientos de optimismo ante las dificultades, sin dejar de tener una conciencia realista de uno mismo y del problema, comprender que han pensado los demás acerca del problema que nos ocupa y plantearse un nuevo objetivo.

Estas habilidades están sin dudas presentes en el jugador de las blancas al establecer claramente su objetivo y valorar las acciones alternativas.
Motivarnos a nosotros mismos en una tarea, ya sea de ajedrecistas o constructores o médicos,... de todo ser humano, nos permite ser el director de nuestros sentimientos, pensamientos e intenciones. Las cosas que vemos, sentimos, pensamos y deseamos, son informaciones que podemos manipular y utilizar.

Motivarnos a nosotros mismos es lograr orden dentro del campo de la conciencia individual, con ello ser más eficientes y productivos y ayudar al amigo, a nuestros familiares, a nuestros hijos, a nosotros mismos.
Motivarnos por lograr la transformación necesaria en una posición de ajedrez puede ser un buen modelo y una estrategia en la vida. ¿Acepta el reto?

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